Hoy, a modo de anécdota nefasta, no sé qué escribir. No sé si hacer un resumen de mi vida - lo que me llevaría, por lo menos, unas 15 entradas en el blog - en estos meses en los que no he escrito, o si debo matar, literalmente, esta herramienta de desahogo que creí tan útil cuando la descubrí.
Siento una tranquilidad que me da miedo; una falta de preocupación que me puede conducir a un lugar del cual no podré regresar sin por lo menos perder gran parte de lo que soy.
No estoy seguro si siendo quien no soy, pueda llegar a convertirme en lo que siempre quise ser. No sé si pueda definirme de modo preciso sin recurrir a elementos que no me sean propias. En últimas, me desconozco; creo que me he perdido en el tiempo y ya ni me preocupo por lo que solía preocuparme. El amor, siendo una poderosa arma revitalizadora, me acorrala y me hace preguntas de las que, quizás, conozca las respuesta, pero no he tenido los pantalones para afrontar lo que representan.
¿Qué tanto valgo? ya ni eso sé. No sé si valga lo suficiente como para reclamar mi derecho a ser feliz. O bueno, sí se que valgo lo suficiente para realizar esa tarea evidente (lo que no significa lograble para todos), pero algún tipo de anestesia invisibe me inyecta todos los días una temible dosis y me adormece. ¿ Qué va a pasar cuándo la anestesia, que me ha logrado apaciguarme durante 21 años, pierda su efecto? Me encantaría saberlo. Necesito gritar lo que siento, no como representación significativa de una falta de verbalización, sino como algo que me reclaman mis huesos.
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